Siempre nos preguntamos qué impulsa a los autores a escribir, qué semillas germinan en sus mentes para iniciar este viaje literario y qué los lleva a compartir su visión única con el mundo.

Hablamos con Eder Santana, autor de Existencialismo y Política, un ensayo en el que nos invita a preguntarnos cómo nos relacionamos con el mundo y nos brinda una esperanza en una sociedad en la que el individuo está cada vez más aislado.

 

 

¿Cuándo comenzaste a considerar la idea de escribir Existencialismo y política?

A modo simbólico me es muy fácil determinar el momento exacto en el que nace la idea para Existencialismo y política. Fue a raíz de un regalo casual de mi pareja, Raquel, que se presentó en una de nuestras cenas con La Trascendencia del Ego de Sartre. 

Como digo, es a modo simbólico, pues la idea de escribir un ensayo me acompañaba desde que tenía, al menos, 19 o 20 años; sin embargo, fue La Trascendencia del Ego el que lo hizo estallar todo. Llevaba años leyendo a Sartre y estudiando su teoría de la libertad y del sujeto y, sin embargo, no había encontrado la fisura metafísica de ese discurso neoliberal.

Y ahí estaba, aquel libro era la muestra, la prueba. Así que empecé a repasar lecturas, a tomar apuntes, a adentrarme por primera vez en El Ser y la Nada y en Husserl…  Hasta que, sin darme cuenta, estaba escribiendo el boceto del que, en un futuro, sería Existencialismo y política.

 

¿Lo concebiste como un libro desde el principio?

Sí. Concretamente como un ensayo. Necesitaba abordar las cuestiones con pausa, fundamentarlas con citas y argumentarlas con la soltura que te permite el género ensayístico. Escribo Existencialismo y política por un motivo muy concreto: creía —y creo— que el neoliberalismo tritura nuestras vidas, las somete y, lo que es peor, nos hace competir entre unos y otros. Y lo que más me fastidiaba era que, encima, habían ganado el discurso: «El ser humano se hace a sí mismo»; «No necesitas a los otros»; «Tengo libertad para hacer lo que quiera».

Mi intención nunca ha sido, ni mucho menos, derrotar la teoría individualista del neoliberalismo bajo la teoría política ni la teoría económica. Existen expertos muchísimo más preparados que ya se han adentrado en esos campos. Mi intención era, como dijo Ernesto Castro hablando de Juan Ramón Rallo (economista y youtuber neoliberal): «A Rallo hay que atacarle en los fundamentos». Rallo, que es un interlocutor muy hábil, sabe por dónde escapar, por dónde atacar, cómo ganar un debate aunque haya dejado fisuras por el camino. Y seguirá siendo así si no se le ataca a los fundamentos. ¿Qué buscamos en un debate con Rallo? Convencer a sus seguidores, convencerlos de que su teoría no les beneficia.

Pero a veces, eso, por muchos argumentos de peso que se den desde el otro bando, si al «seguidor» no se le derrumba el pilar fundamental que sostiene la tesis neoliberal, podrá seguir encerrado en su fortaleza. Por eso la idea de Existencialismo y política está centrada en incidir ahí: reinterpretar, hoy, qué es un sujeto, cómo se relaciona con el mundo (y, por tanto, con los otros). Si lográbamos explicar que un sujeto no es alguien ajeno al mundo que le rodea, alguien que se construye a sí mismo sin necesidad de los otros, alguien que cree que puede hacer lo que quiere aunque eso perjudique a los demás… Si lográbamos romper con eso y explicar que esa teoría no tiene consistencia metafísica, quizá, de ese modo, podríamos llegar a una parte de esos acérrimos seguidores neoliberales y dejarlos desnudos. Y ahí deben hacerse una pregunta: ¿con qué me visto ahora si todo lo que me han dicho era una falacia?

Además (y en esto jugábamos con ventaja), rompíamos con el corazón neoliberal desde una teoría con profundas raíces subjetivistas como es el existencialismo. No veníamos a desmontar al sujeto desde la imperiosa necesidad del colectivo (lo que siempre ha hecho la tradición marxista); sino que veníamos a desmontarlo desde el sujeto mismo. Es decir, le demostramos al neoliberal que nuestra teoría también piensa en el sujeto, también habla de libertad, también habla de construirse, pero desde una vertiente completamente distinta. Y que en esa vertiente necesitamos irremediablemente de los otros para seguir siendo sujetos como tal. Pero ¿quién va a cambiar de posición si siente que se queda sin nada? A cambio ofrecíamos un nuevo camino más sólido metafísicamente y más justo políticamente. Ese fue, fundamentalmente, mi objetivo.

 

En tu libro, reflexionas sobre la naturaleza caduca de la escritura y cómo la existencia del libro depende de su proyección en el otro. ¿Fue esta conciencia de la interdependencia entre la obra y su audiencia lo que te impulsó a publicarlo? ¿O hubo otros factores que también influyeron en tu decisión de compartir tu trabajo con el mundo?

Desde que empecé a escribirlo tuve claro que, fuese como fuese, debía publicarlo. Previamente había escrito dos novelas que nunca llegaron a ver la luz; con el tiempo tomé otras direcciones y ya no me sentía tan identificado con ellas. Con Existencialismo no quería darme la facilidad de abandonar mi obra. Defendía unas posiciones políticas y filosóficas en las que creía —y creo— y tenía el compromiso de tirarme al barro; y, si a alguien le servía de ayuda, podía darme por satisfecho.

A diferencia de mis novelas, no quería dejarlo en el cajón: debía enfrentarme al ensayo (yo el primero) y si con el paso del tiempo mis posiciones cambiaban, debatir de nuevo con él, dialogar. Creo, de hecho, que es bueno que los autores publiquen obras en su juventud, en su adultez, en su vejez… Voy en contra de esa frase de Kurosawa, aunque sabia, un poco fría: dice algo así como que solo se debería hacer cine a partir de los 80 años, con toda la sabiduría que conlleva. Sí, pero ¿no necesitamos también obras frescas, rebeldes, sucias, enérgicas, de jóvenes de 25 o 30 años?

 

¿Puedes contarnos algo sobre el proceso de escritura?

Mi proceso de escritura cambió radicalmente de la rutina que seguí con mis dos novelas a la escritura de un ensayo. Extraje, si puede decirse así, el método que usa Stephen King y que explica en Mientras escribo y lo adapté a mis circunstancias: escribir seis días (y uno de descanso) y cada día entre 1.500 y 2.000 palabras. Eso, con mis dos novelas, fue exactamente igual. Y, sinceramente, me fue genial. Te vuelcas muchísimo, tienes una rutina y sigues el hilo, convives con tus personajes mientras dura el proceso, no te alejas de ellos.

Ahora bien: con el ensayo cambió completamente. El ensayo no tiene esa frescura de la novela. Si la novela, por poner un ejemplo, es como pintar un cuadro, el ensayo es cómo construir un mueble. Intentas seguir el mismo ritmo, pero bajan las palabras diarias considerablemente: a nivel mental, al menos a mí, escribir un ensayo me desgastaba mucho más que mis novelas. Con las novelas me divertía, con el ensayo era como estudiar para un examen: luego, por supuesto, es muy gratificante, pero lo que quiero expresar es que en el día a día, la carga mental es mucho más alta (repito, en mi caso) y no podía seguir ese ritmo de 1.500 o 2.000 palabras diarias.

Fue un proceso más lento, más meticuloso, no tan salvaje como el primer borrador de una novela. A todo esto, si algún día cogías el ritmo e ibas hilvanando un argumento con otro, podía ser que la cita de tal autor te descubriese una grieta y tocaba frenar, repasar, releer… y quizá estar unos días con la escritura parada. Intenté, eso sí, escribir primero mi borrador sin fijarme tanto en las citas y luego ir puliéndolo, añadiendo más citas, etc., para no cortar tanto la escritura y perderme sin esa fluidez. Pero, aun así, es un trabajo arduo: de cerciorarse que todo el mueble está bien, incluso aquellos tornillos que parecen insignificantes y que, quizá, alguien los mueve y se derrumba todo el cuerpo teórico. Por ello tuvo, si no recuerdo mal, 5 o 6 revisiones con Hilatura antes de dar el visto bueno. Esto sin contar las dos o tres revisiones previas que hice yo y que hicieron, por su parte, Raquel, Dani, Raul y Kenneth, cuatro almas que pusieron su empeño en mejorar el proyecto.

 

 

 

Existencialismo y política está dividido en dos partes, ¿por qué? 

Como decía antes, mi idea fundamental era demostrar por qué el neoliberalismo no tenía consistencia metafísica. Sin embargo, no quería hacerlo desde un acoso y derribo constante, sino construyendo, poco a poco, la argamasa fenomenológica que a su vez, de manera indirecta, fuese dejando en un callejón sin salida al neoliberalismo.

Como el título nos hace intuir desde el principio, la primera parte (Existencialismo) se centra en explicar cómo funciona la conciencia fenomenológica, y la segunda parte (Política) nos baja esa conciencia fenomenológica al barro cotidiano para desmontar los peligros de «una conciencia neoliberal», que nos preguntemos: ¿esto me beneficia? Y ya no en cuanto a voto o ideología, sino en nuestro día a día, en nuestra rutina.

Por eso, hago hincapié constante en la necesidad de un compromiso político. Porque si el ensayo está enfocado a desmontar metafísicamente al neoliberalismo, ¿después qué? Después debemos comprometernos. De ahí nace el último apartado de la segunda parte, «El existencialismo como política», tres pequeños ejemplos representativos de que un existencialismo político funciona, de que mejora la vida del pueblo y de que crea mejoras sustanciales en el día a día de la ciudadanía.

Obviamente, en ningún momento abogo por un partido existencialista ni ninguna ocurrencia descabellada, sino que el existencialismo, como corriente filosófica y política, nos puede ayudar a reinterpretar el mundo y, una vez alcancemos ese punto, repensar la política. Para ello, creo que pensadores como Carlos Fernández Liria, Luis Alegre, Santiago Alba Rico, Clara Serra… pueden ayudarnos a hacer la política. Nosotros, por nuestra parte, no osábamos tener ese interés, sino sencillamente entrar en el sujeto neoliberal, desmontarlo, ofrecerle un nuevo horizonte filosófico-político desde el que partir, comprometido consigo mismo y con los otros y, a partir de aquí, sentarnos a pensar qué mundo (político) queremos.

 

 

En un mundo donde cada vez nos sentimos más solos y desconectados, ¿cómo crees que tu libro sobre existencialismo y política puede ayudarnos a entender y afrontar los problemas sociales y políticos que enfrentamos hoy en día?

Creo que, lamentablemente, vivimos en una sociedad cada vez más fracturada, más atomizada, con menos vínculos sociales y comunitarios, y eso hace la vida de la gente más tormentosa. Pero precisamente eso está sacando a relucir una nostalgia que descubre muchas de las necesidades de las que hablamos: más pausa, más colaboración, más amabilidad, más cariño. Se mira con nostalgia al pasado desde posturas reaccionarias o progresistas, pero la cuestión es clara: el neoliberalismo ha despojado a los sujetos de su condición humana, de su antropología. Vivimos, como intento expresar, en un mundo en el que negamos a los otros y nos negamos a nosotros mismos; y eso está haciendo florecer la necesidad de frenar, de volver a contextos más cálidos, más humanos.

Toda esa nostalgia es el síntoma de un sistema que nos asfixia; la ultraderecha, por desgracia, también es un síntoma de ese sistema, unos pícaros que han encontrados grietas dónde colarse y alimentar esos vacíos con sus discursos reaccionarios. Pero debajo de todo síntoma está la causa, está, como decía, el corazón metafísico: y es que no hay sujeto sin sujetos. Si nuestro sistema nos rompe todos los vínculos, enfría las relaciones, las digitaliza, criminaliza la comunidad…, conseguirá, por supuesto, individuos aislados. Pero eso no significa individuos aislados y felices. Es una contradicción metafísica, antropológica y humana. Estamos dónde estamos por los otros y, si algo intento demostrar en el ensayo es que, si negamos eso, negamos el propio funcionamiento de la conciencia fenomenológica. Podremos estar aislados, pero no realizados. Podremos engañarnos de mala fe, pero nunca podremos engañar a nuestra conciencia. Si nos sentimos tristes, solos, vacíos… y sin embargo tenemos todo lo que el sistema dice que hay que tener, quizá es que, lo que nos han robado es algo mucho más profundo y más esencial: la condición misma del ser humano.

 

¿A qué tipo de lector recomiendas la lectura de Existencialismo?

Aquí tengo sentimientos encontrados. Siempre concebí Existencialismo y política como un ensayo que pudiese llegar al máximo público posible pero, a su vez (y tenía muy claro que no quería renunciar a ello), que no difuminase los conceptos. Es decir, si simplificaba al máximo ciertas ideas dejarían de expresar lo mismo, dejarían de llegar a esa raíz, a ese corazón metafísico que me proponía. Intenté, en la medida de lo posible, poner muchos ejemplos cotidianos, reducir citas farragosas, eliminar conceptos más complejos; pero había una parte, la más esencial, que no se podía reducir. Y fui consciente de que aquello me restaría público, de que mi libro, muy a mi pesar, no podrían leerlo algunos de mis familiares cercanos, y eso me duele.

No es un libro de masas. Es un libro pensado para un público determinado, con inquietudes filosóficas y políticas, como el título indica. Por ello, mi objetivo era que, cualquiera que entrase en esa horquilla pudiese entenderlo. Y, no solamente entenderlo, claro, sino comprometerme a que el lector llegase a ese corazón metafísico. Creo que el público dentro de esa horquilla ha sido muy agradecido con mi ensayo. 

Ahora, por supuesto, estoy en deuda con el lector fuera de esa horquilla. Si mi objetivo es desmontar el corazón metafísico pero la complejidad de esa tarea aleja a lectores, quizá mi objetivo también se está alejando. Es una tarea titánica: reducir esa distancia entre los conceptos necesarios y el gran público. Por supuesto, y aquí hago autocrítica, seguro que existen profesores que sepan reducir esa distancia. A mí me queda mucho trabajo y, precisamente, es lo que quiero intentar de cara a futuros proyectos.

Por último, me gustaría poner un ejemplo del que me siento muy orgulloso. Una familiar, Asun, estando muy alejada de la filosofía, leyó el ensayo con una disciplina admirable, tomando apuntes, preguntándome dudas, debatiendo juntos sobre él. Con esto no quiero decir que todos los lectores deben seguir los mismos métodos, ni que cada caso sea extrapolable. Sino que Asun para mí fue un ejemplo del compromiso, también, por parte del lector a reducir esa distancia. No pretendo, ni mucho menos, culpabilizar a los lectores: si alguien no lee mi ensayo la culpa es absolutamente mía. Lo que quiero expresar es que, centrados en esa horquilla a la que iba dirigido (lectores con inquietudes filosóficas y políticas), a veces te dejas gente fuera. Me han preguntado más de una vez: «¿Lo entenderé?», y es precisamente el ejemplo de Asun el que me rompe todos los esquemas, porque abre una grieta en esa horquilla y me abre a un público más amplio. Así que, quiero agradecerle infinitamente su dedicación y que, por su «culpa», no me sea nada fácil responder a otras personas si lo entenderán o no, porque creo que cualquiera puede colarse por esa grieta y ella me lo demostró con contundencia.

 

 

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